DECONSTRUCCIÓN DE UNA BAILARINA
El Silencio Blanco
Nace entre la pureza del lino y el rigor del gesto.
El cuerpo respira al compás de la disciplina,
la piel se somete a la geometría del deber.
En cada arabesque, se estira el alma buscando el cielo,
como si la perfección pudiera alcanzarse con la punta del pie.
Cada punta es una promesa que duele,
una flor de sal que florece entre los huesos.
El tutú es armadura y es jaula,
velo que cubre la fragilidad del alma.
Baila para el espejo, no para sí.
Baila para sostener el orden en un mundo que se quiebra.
La Fisura
La blancura comienza a temblar.
El movimiento ya no obedece al compás,
sino al pulso interior que late contra el silencio.
En un último plié, el cuerpo se inclina ante su propia verdad.
Los pliegues se deshacen,
las medias se desgarran como piel antigua.
No hay rebeldía: hay liberación.
El cuerpo se recuerda a sí mismo bajo el corsé del deber.
Se rasga la tela, y con ella, la obediencia.
La danza deja de ser forma para volverse verdad.
El Umbral
El fondo se oscurece.
La luz ya no guía: provoca.
La bailarina, despojada de todo artificio,
se sienta sobre el suelo frío y vuelve a ser carne.
Su respiración es el nuevo compás.
Sus cicatrices, el nuevo vestuario.
De la rigidez nace la grieta,
y de la grieta, la mujer.
La Oscuridad que Libera
Ahora no hay ballet, hay vida.
El escenario es la calle, el asfalto, el pulso urbano.
El cuerpo se mueve sin permiso, sin coreografía.
Ya no necesita el tutú,
ni las puntas, ni el aplauso.
Ha aprendido a danzar con lo que duele,
a convertir el cansancio en ritmo,
la furia en movimiento,
Renacimiento
El blanco ha muerto para que el negro respire.
La bailarina se ha deconstruido para ser mujer.
Y en su piel, entre tatuajes y cicatrices,
renace el arte sin nombre:
ese que no busca aprobación,
solo verdad.
Nada permanece:
todo cuerpo, toda alma, acaba deshaciéndose para volver a ser