Mis Musas.

Para mí, las musas no son modelos. Son presencias. Energías que irrumpen sin aviso y alteran el pulso de mi mirada. No las busco; aparecen cuando la vida decide recordarme que todavía soy capaz de sentir, de asombrarme, de crear.

Cada una tiene su propio modo de habitar la luz. Algunas me enseñan la ternura de lo fugaz; otras me enfrentan a mis propias sombras. No inspiran solo imágenes, sino silencios, dudas y certezas. Me obligan a mirar más allá de lo visible, a reconocerme en lo que retrato.

Cuando disparo, no busco capturar un cuerpo, sino un instante en el que todo —la emoción, la luz, la piel— se encuentra en equilibrio. La musa es ese punto exacto donde la vida y el arte se tocan. Es el puente entre lo que soy y lo que anhelo ser.

Fotografiar, entonces, no es congelar el tiempo. Es abrirlo. Es dejar que algo —una mirada, un gesto, un temblor— siga latiendo más allá del instante.

Mis musas no me pertenecen. Solo atraviesan mi luz, me prestan su alma un momento… y se marchan, dejándome con la certeza de que la verdadera obra no es la imagen, sino lo que me transformó al crearla.

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